P.E.C.T.A.

Tradición de invasores

Septiembre 15, 2009

Tras la polémica surgida con nuestro artículo -retirado- sobre la tauromaquia, vamos a retomar el tema de las “tradiciones crueles” para hablar sobre una “fiesta”, el “Toro de la Vega”, que está de plena actualidad (mientras escribo estas líneas, el “espectáculo” alcanza su cúlmen).

Esta “fiesta de interés turístico regional” consiste en “guiar” al toro desde el pueblo de Tordesillas hasta las afueras, atravesando un puente y llegando al espacio designado para la “lucha” en la vega del río. Allí, alrededor de 100 peones y caballistas (que no caballeros) emplean lanzas para ir desangrando al morlaco. El objetivo, cómo no, es lograr el “golpe maestro” y matar al animal. Hasta hace pocos años, el mozo que conseguía tan “noble” propósito podía arrancar el rabo y los testí¬culos del toro y mostrarlos en el extremo de su pica.

Los defensores de este macabro “festejo” se defienden argumentando que el toro está “en un espacio natural” y eso quita dramatismo al asesinato; que los hombres están en igualdad de condiciones con el morlaco porque está prohibido usar vehículos (igualdad de condiciones sería los puños -castellanos, no americanos- de los “valientes” contra los cuernos del animal)… y ante todo, sacan a relucir una y otra vez esa palabra comodín, desvirtuada y prostituida por oscuros intereses: “tradición”.

Sí, parece ser que la dichosa palabreja convierte por arte de magia la crueldad en historia, los errores del pasado en “arte” del presente, las costumbres bochornosas en expresiones culturales lícitas.

Remontémonos al siglo XVI, época en la que teóricamente nació el Toro de la Vega. El alanceamiento del toro era la práctica estrella en los espectáculos taurinos del momento, aunque poco a poco fue cediendo protagonismo ante el avance de las corridas -muy similares a las que aún se celebran hoy en España-, introducidas en el siglo XVIII.

A día de hoy, el toro lanceado es un “rara avis” en el panorama de las fiestas crueles en España, ya que el alanceamiento está prácticamente extinguido, e incluso provoca rechazo en los taurinos que consideran las corridas “el súmmum” de la tauromaquia.

Volviendo a los orígenes de la “fiesta”, queremos admitir ante todos los “tradicionalistas” defensores del Toro de la Vega, que si nos atenemos a la definición que da la RAE de la palabra tradición (costumbre conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos) tienen toda la razón. El alanceamiento del toro es una tradición, no cabe duda. Pero profundicemos un poco; los estudiosos de la materia coinciden en señalar a los árabes como introductores de esta práctica en la península. Es, por tanto, una tradición instaurada por invasores.

Puestos en jaque con esta verdad histórica, posiblemente los “modernos lanceros” que quieran insistir en lo “identitario” y “español” de tan salvaje espectáculo, copiarán y pegarán un poema de Nicolás Fernández Moratín, que escribió un romance caballeresco en el que el mismísimo Cid Campeador llega a Madrid un día de toros y pide permiso para alancear uno. Nunca han sido estos romances una fuente veraz en cuanto a cuestiones históricas (y tampoco es el objetivo de este género literario) pero, por si queda alguna duda, recordamos que los nobles y caballeros aún no habían entrado en contacto con los espectáculos taurinos en la época del Cid.

Dado lo dúctil de nuestra palabra comodín preferida, desde PECTA insistiremos en inculcar una “tradición” a nuestros hijos: el respeto a los animales y la lucha contra la barbarie de otra tradición, en este caso de invasores, que tarde o temprano vamos a erradicar.

PECTA

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